Dialogar con nuestra alma es, en realidad, el primer paso para una amistad sana.
“El diálogo del alma con ella misma” –Dianoia, en griego antiguo– es un hermoso, profundo y reconfortante legado de Platón. Dialogar con nuestra alma es en realidad el primer paso para una amistad sana, así es, curiosamente la comunicación con nuestra propia individualidad y aceptación de nuestra identidad, a través de este diálogo, es el primer paso para aprender a comunicarnos con quienes nos rodean y aceptarlos tal cual son.
Sin embargo, «dianoia» no es simplemente “platicar de cualquier cosa y ya”, más bien, es aprender a plantear las preguntas adecuadas –y después tener el valor de plantearlas– con la intención de concientizarnos sobre aquello que, en nuestro presente supone un obstáculo para alcanzar la excelencia de nuestro ser. Sin una relación amistosa con nosotros mismos, difícilmente lograremos una relación amistosa con los demás.
Ser mejores personas nos ayudará a tener una amistad genuina.
Hace diez años me daba a la tarea de escribir un texto titulado “Confesión de un Hipócrita,” en el cual exponía las razones de por qué la amistad es un imposible y, cómo había sido yo un hipócrita al haberme nombrado amigo de muchos. ¿Dialogaba yo con mi alma en ese tiempo? No del todo, más bien sólo ponía atención a aquello que “me hacía sentir bien” aunque no fuera lo adecuado, y confinaba toda incomodidad a la dimensión más obscura de mi ser.
Sin embargo, llegó el momento cuando mi obscuridad alcanzó tal magnitud que fui presa de ella y terminé escribiendo envuelto en la penumbra de la necedad, violentando a toda aquella persona que me brindara su amistad. Por fortuna, no tardaría en encontrarme con la filosofía.
La amistad es aceptar a los demás y que ellos acepten de ti.
Filosofía: claridad del panorama
Mis profesores me explicaron que la filosofía no es una carrera de velocidad, es un caminar tranquilo que permite ver con claridad el panorama, de lo contrario, cuando menos lo esperemos, caminamos por el sendero de la necedad e insensatez.”
Mis compañeros por otro lado, reconocían mi potencial para la filosofía, y curiosamente, esa actitud de cuestionar todo cuanto me fuera posible, ese hábito de reflexión constante que durante toda mi vida terminaba por excluirme de mi familia, de mis amigos, de mis parejas –llevándome a un remolino emocional de incomprensión– fue lo que ellos más apreciaron de mí.
Así, con paciencia, comprensión y disciplina, mis profesores y compañeros fueron apoyándome en desarrollar el valor de plantear las preguntas trascendentes para lograr la excelencia de mi ser, me fueron enseñando a dialogar sanamente conmigo mismo –dianoia no es hablar por hablar–, tal actitud ha hecho que trabaje en mis defectos, pero también a aceptarme reconociendo mi esfuerzo y crecimiento constante.
He aprendido a ser recíproco, por ello los acepto de la misma forma que ellos me aceptan a mí –con virtudes y defectos–, y les apoyo a que sean aún mejores cuando me es posible.
Aristóteles escribió: “la amistad sólo puede lograrse entre personas virtuosas.” Si tenemos el valor de preguntarnos constantemente cómo ser mejores, si nos enfocamos en ser virtuosos, cuando menos lo esperemos gozaremos de la amistad genuina.
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